El Oasis de la Niñez, fundado en 1980 por Estelita Martínez, es una luz para decenas de menores de edad. EL INFORMADOR
- Casa Hogar El Oasis de la Niñez, una esperanza para menores de edad inmersos en la violencia y extrema pobreza
En Jalisco existen alrededor de 71 casas hogar e instituciones asistenciales para menores de edad
Ezequiel, Isabel y Esmeralda son hermanos. Llegaron en febrero de 2007 a la Casa Hogar El Oasis de la Niñez. Por esas fechas vivían con su abuela, quien se los quitó a su hija por omisión de cuidados. “Fuimos con Gerardo, mi hijo, a buscarla por San Juan de Dios. Ahí tenía un cuartucho en el tercer piso de un edificio donde había mujeres drogándose. Los tenía todos empiojados, flacos y mugrosos. Yo inmediatamente se los quité”, recuerda Lidia, su abuela.
Un año antes habían salido del Estado de Puebla. Lidia recogió a su familia en la central camionera. “Desde ese día ya se veían mal, flacos y olían feo”, revive la mujer de casi 60 años. En su tierra, el padre de Ezequiel e Isabel murió aplastado por un tren, una madrugada, cuando se dirigía a su trabajo. “Él ya sabía que mi hija lo engañaba, la encontró en la fábrica con el papá de Esmeralda”, afirma la abuela. Esmeralda es hija de Lidia ante el Registro Civil.
“Son normales estos niños”, dice el director de la Casa Hogar El Oasis de la Niñez, José Díaz López, mientras se escuchan los murmullos de un centenar de mejores de edad que viven alejados de sus familias. Son niños y niñas que vivieron violencia física, psicológica, abuso sexual o abandono en sus casas y que, por azares del destino o una denuncia, llegaron ahí, su nuevo hogar.
La mayoría de los niños que vive en El Oasis llega en grupos de hermanos; esto les ayuda a su adaptación. “Yo tengo un hermano y dos hermanas que viven aquí, pero el más chico, de cinco años, vive en mi casa”, comenta una niña de seis años de edad.
Una gran reja café, color predominante en la decoración del instituto, separa el edificio de las niñas y de los varones. Así lo pidieron las religiosas Hijas de Jesús Buen Pastor, como condición para que, desde hace dos años, se hicieran cargo de la casa. Algunas veces esta separación afecta a grupos fraternales, pero poco a poco se acostumbran.
En Jalisco existen alrededor de 71 casas hogar e instituciones asistenciales para menores de edad que han sufrido algún tipo de violencia o que viven en extrema pobreza. Por lo menos ese número es el que se encuentra registrado en el Instituto Jalisciense de Asistencia Social (IJAS).
La manzana prohibida Juan fue abusado sexualmente por su padre. Nunca quiso hablar del tema. Los psicólogos de la casa hogar trabajaron mucho tiempo con él para que pudiera comunicar su situación. Su ingreso a la Casa Hogar fue un castigo para el menor.
“Es muy pesado para el niño pensar que su papá irá a la cárcel por su culpa, y que su mamá no tiene nada que comer, y que además se va a quedar sin padre mientras él está aquí”, recalca el psicólogo Ángel González Campos, quien lleva un año en la institución.
Muchos de los niños en situación de abuso sexual o violencia sufren el Síndrome del Niño Maltratado. Tienen falta de confianza en el adulto o tendencia a identificarse con el agresor. “Merezco que me hayan golpeado”, es una de las frases recurrentes entre este tipo de menores. De acuerdo con el psicólogo, ésta es la forma en la que los abusados se quieren dar importancia en su historia de vida.
Cuando el padre de Ezequiel e Isabel murió, los niños se mudaron a la casa de sus abuelos. El esposo de Lidia la había engañado varias veces. Sus hijos, frutos de estos deslices, también sembraron rencor. Abusaron sexualmente de Isabel y Ezequiel de tan sólo cinco y seis años de edad, respectivamente.
Por otro lado, Juan, después de un proceso terapéutico exitoso, fue llamado a declarar a la Procuraduría General de Justicia del Estado de Jalisco. Negó todo. Dijo que era una equivocación. Tiempo después regresó con su padre.
El estudio “Metodología participativa como prevención secundaria del maltrato a niñas”, realizado en 2003 por José Carlos Cervantes Ríos, revela que de 1997 al 2001, el número de denuncias por delito sexual en Jalisco aumentó 300 por ciento.
¿No estoy yo aquí que soy tu madre? La mamá de Luis le quemó las manos; sin embargo, no entró a la Casa Hogar ese día. Sería tiempo después cuando la violencia lo llevara hasta El Oasis de la Niñez. Por alguna razón a su madre no le prohibieron las visitas quincenales. Se pensaría que éstas afectan al niño; pero el perdón se hace notar entre ellos. La mamá está yendo a terapia y muestra interés por Luis. Cada quince días llega al comedor del internado con lo que le promete a su hijo: unos tacos, una estampa, una torta, lo que sea, pero le cumple. Ambos tienen la disposición de cambiar, de hacer las paces, de ser una familia.
El 57% de los maltratos físicos y psicológicos en los niños se dan por parte de la madre. Y es que son ellas las que pasan mayor parte del tiempo con los hijos. Son situaciones que se salen de control las que llevan a la violencia; algunas veces son los propios niños los que provocan reacciones equivocadas por parte de los padres. Mienten, roban, hacen travesuras; sin embargo, la manera de actuar de sus progenitores no está justificada. “No hubo nadie que les dijera que estaban metiendo la pata una y otra vez”, afirma el psicólogo González Campos.
“Ángel de la guarda, mi dulce compañía”Carlos es un diablito; al menos así se visualiza. El niño de ocho años de edad está consciente de sus travesuras. “Si esto seguía se iba a volver un delincuente, él tenía en la cabeza que no le quedaba de otra más que ser un pingo”, comenta el psicoterapeuta.
Es un menor que propició un encuentro sexual con otro niño un poco más grande que él. Durante mucho tiempo fue un niño que no mostraba afecto pero, poco a poco, se volvió más cariñoso. “Hace poco llegó conmigo y me dijo: Ya voy a ser un ángel”, recuerda Ángel González.
Cuando sus nietos llegaron a su casa, Lidia los bañó, les cortó el pelo, los vistió y les dio de comer. “A Ezequiel le salían puños de piojos”, recuerda. Por ese tiempo trabajaba de boleadora en el Centro. “Me llevaba a Esmeralda bien chiquita, le amarraba un listón en la cintura para que no se me escapara. Había clientes que le daban de comer o le regalaban juguetes”, platica la abuela. Otras veces los llevaba con ella a su trabajo como empleada doméstica.
Cada día que pasaba era más difícil para Lidia mantenerlos económicamente. No les dedicaba el tiempo necesario por estar trabajando. Los vecinos notaron que los niños no asistían a la escuela, provocando una denuncia y una visita del Consejo Estatal para la Prevención y Atención de la Violencia Intrafamiliar (Cepavi). “Vinieron una trabajadora social y una licenciada; yo de todos modos ya estaba buscando un lugar para ellos. Al principio no los llevé, pero luego accedí”, recuerda la abuela.
De acuerdo con cifras del DIF estatal, 48% de los reportes de algún tipo de violencia son hechos por algún familiar del menor, mientras que 29% lo hacen instituciones y 16% los vecinos.
El Oasis La calle se llama Oasis, en la colonia Miramar. Un sonido aturdidor anuncia la llegada de los visitantes. Adelina abre la puerta café con una ventanilla en el centro. El paisaje se mancha con grafito de todos colores a lo largo de la calle solitaria. “Pásale”, dice Adelina con una gran sonrisa. La sala de espera es un pequeño pasillo con dos bancas cafés de concreto y paredes amarillas; enfrente está el baño y unas puertas del mismo color que las bancas. Una lleva a un cuarto donde se guardan los útiles escolares y la otra con las religiosas.
Lo primero que se ve al sentarse son tres fotografías colgadas en la pared: una del equipo de futbol americano de la casa, otra más grande de un sacerdote ya anciano y otra de una señora con el pelo rubio al lado del Papa Benedicto XVI. Adelina comienza la plática: “A mí me gustan los ‘pelones’ y los pulparindos. ¿Vas a venir a visitarme los domingos? Mis papás nunca vienen a visitarme”, pregunta. Llegó a los doce años de edad en situación de abandono. Hoy tiene 41.
“Cuando sea mi cumpleaños me gustaría que me regalaras un pajarito”, dice emocionada. Después uno se entera que una de las religiosas le comentó que le gustaban las aves y Adelina prometió regalarle una para su cumpleaños. “Yo le dije que no, que me gustaban los pájaros, pero libres, no encerrados como ella está aquí”, platica la hermana Lulú.
Como en la mayoría de las casas hogar, los niños que ingresan pueden estar ahí hasta los 18 años de edad, a excepción de Adelina. Aunque lo ideal es que no permanezcan más de tres años. Los rangos de edad para los aspirantes es de los dos a los nueve años. La población es de 93 niños, divididos de manera equitativa por género.
El Oasis de la Niñez fue fundado en 1980 por Estelita Martínez. “Mami”, como los niños la conocen, se hizo cargo de la institución hasta 2007, año en que la dejó en manos del sacerdote José Díaz López. Poco a poco las cosas fueron cambiando: llegaron las religiosas, los psicólogos, la trabajadora social y se dividió la casa en dos: para niños y niñas.
Son cuatro religiosas las que se encargan del área femenil. “Al principio las niñas, sobre todo las grandes, no nos aceptaban, pero poco a poco nos las fuimos ganando”, recuerda la hermana Mony. Empezaron a trabajar bajo la premisa de “no gritar” y hasta el momento ha funcionado. Todas las cosas eran de todos y eso propiciaba que destruyeran los juguetes o que la ropa se perdiera. “Así que etiquetamos la ropa con el nombre de las niñas y les dimos a cada quien sus juguetes”, explica.
Pero uno de los mayores cambios que se hizo en la institución fue la apertura de puertas a los familiares de los niños. Llevan dos periodos vacacionales que salen a sus casas. Los padres firman una carta donde se comprometen a que los niños lleguen sin ningún rasguño, golpe, moretón o signo de violencia. Los resultados han sido positivos. Los niños aprenden a estar en la calle y tienen la oportunidad de regresar a su primer hogar. “A los niños que no salen los llevamos de vacaciones a alguna casa de campo que nos presten, y nos la pasamos muy bien”, agrega la hermana Mony.
Ezequiel, Isabel y Esmeralda llevan dos años en la Casa Hogar. Su abuela está muy agradecida con los cambios que han tenido los niños. “Antes me mentían o se desaparecían las cosas, pero estas vacaciones fuimos a varias casas y no tomaron nada que yo no los dijera”.
Datos del INEGI demuestran que hasta 2004 el maltrato físico es el más atendido en el DIF Jalisco (29.7%), seguido del maltrato emocional (16.3%) y la omisión de cuidados (9.7%). Mil 700 denuncias fueron recibidas este año.
Los niños de la Casa Hogar juegan, se divierten, estudian y tienen una rutina diaria. Se han vuelto una gran familia, tienen un hogar donde se les brinda un techo, comida y bienestar. Son menores que esperan algún día regresar con sus familias para demostrar que pueden ser felices a pesar de sus experiencias pasadas. Saben que tienen una vida por delante donde el maltrato es una mancha oscura que poco a poco se desvanece.
Un año antes habían salido del Estado de Puebla. Lidia recogió a su familia en la central camionera. “Desde ese día ya se veían mal, flacos y olían feo”, revive la mujer de casi 60 años. En su tierra, el padre de Ezequiel e Isabel murió aplastado por un tren, una madrugada, cuando se dirigía a su trabajo. “Él ya sabía que mi hija lo engañaba, la encontró en la fábrica con el papá de Esmeralda”, afirma la abuela. Esmeralda es hija de Lidia ante el Registro Civil.
“Son normales estos niños”, dice el director de la Casa Hogar El Oasis de la Niñez, José Díaz López, mientras se escuchan los murmullos de un centenar de mejores de edad que viven alejados de sus familias. Son niños y niñas que vivieron violencia física, psicológica, abuso sexual o abandono en sus casas y que, por azares del destino o una denuncia, llegaron ahí, su nuevo hogar.
La mayoría de los niños que vive en El Oasis llega en grupos de hermanos; esto les ayuda a su adaptación. “Yo tengo un hermano y dos hermanas que viven aquí, pero el más chico, de cinco años, vive en mi casa”, comenta una niña de seis años de edad.
Una gran reja café, color predominante en la decoración del instituto, separa el edificio de las niñas y de los varones. Así lo pidieron las religiosas Hijas de Jesús Buen Pastor, como condición para que, desde hace dos años, se hicieran cargo de la casa. Algunas veces esta separación afecta a grupos fraternales, pero poco a poco se acostumbran.
En Jalisco existen alrededor de 71 casas hogar e instituciones asistenciales para menores de edad que han sufrido algún tipo de violencia o que viven en extrema pobreza. Por lo menos ese número es el que se encuentra registrado en el Instituto Jalisciense de Asistencia Social (IJAS).
La manzana prohibida Juan fue abusado sexualmente por su padre. Nunca quiso hablar del tema. Los psicólogos de la casa hogar trabajaron mucho tiempo con él para que pudiera comunicar su situación. Su ingreso a la Casa Hogar fue un castigo para el menor.
“Es muy pesado para el niño pensar que su papá irá a la cárcel por su culpa, y que su mamá no tiene nada que comer, y que además se va a quedar sin padre mientras él está aquí”, recalca el psicólogo Ángel González Campos, quien lleva un año en la institución.
Muchos de los niños en situación de abuso sexual o violencia sufren el Síndrome del Niño Maltratado. Tienen falta de confianza en el adulto o tendencia a identificarse con el agresor. “Merezco que me hayan golpeado”, es una de las frases recurrentes entre este tipo de menores. De acuerdo con el psicólogo, ésta es la forma en la que los abusados se quieren dar importancia en su historia de vida.
Cuando el padre de Ezequiel e Isabel murió, los niños se mudaron a la casa de sus abuelos. El esposo de Lidia la había engañado varias veces. Sus hijos, frutos de estos deslices, también sembraron rencor. Abusaron sexualmente de Isabel y Ezequiel de tan sólo cinco y seis años de edad, respectivamente.
Por otro lado, Juan, después de un proceso terapéutico exitoso, fue llamado a declarar a la Procuraduría General de Justicia del Estado de Jalisco. Negó todo. Dijo que era una equivocación. Tiempo después regresó con su padre.
El estudio “Metodología participativa como prevención secundaria del maltrato a niñas”, realizado en 2003 por José Carlos Cervantes Ríos, revela que de 1997 al 2001, el número de denuncias por delito sexual en Jalisco aumentó 300 por ciento.
¿No estoy yo aquí que soy tu madre? La mamá de Luis le quemó las manos; sin embargo, no entró a la Casa Hogar ese día. Sería tiempo después cuando la violencia lo llevara hasta El Oasis de la Niñez. Por alguna razón a su madre no le prohibieron las visitas quincenales. Se pensaría que éstas afectan al niño; pero el perdón se hace notar entre ellos. La mamá está yendo a terapia y muestra interés por Luis. Cada quince días llega al comedor del internado con lo que le promete a su hijo: unos tacos, una estampa, una torta, lo que sea, pero le cumple. Ambos tienen la disposición de cambiar, de hacer las paces, de ser una familia.
El 57% de los maltratos físicos y psicológicos en los niños se dan por parte de la madre. Y es que son ellas las que pasan mayor parte del tiempo con los hijos. Son situaciones que se salen de control las que llevan a la violencia; algunas veces son los propios niños los que provocan reacciones equivocadas por parte de los padres. Mienten, roban, hacen travesuras; sin embargo, la manera de actuar de sus progenitores no está justificada. “No hubo nadie que les dijera que estaban metiendo la pata una y otra vez”, afirma el psicólogo González Campos.
“Ángel de la guarda, mi dulce compañía”Carlos es un diablito; al menos así se visualiza. El niño de ocho años de edad está consciente de sus travesuras. “Si esto seguía se iba a volver un delincuente, él tenía en la cabeza que no le quedaba de otra más que ser un pingo”, comenta el psicoterapeuta.
Es un menor que propició un encuentro sexual con otro niño un poco más grande que él. Durante mucho tiempo fue un niño que no mostraba afecto pero, poco a poco, se volvió más cariñoso. “Hace poco llegó conmigo y me dijo: Ya voy a ser un ángel”, recuerda Ángel González.
Cuando sus nietos llegaron a su casa, Lidia los bañó, les cortó el pelo, los vistió y les dio de comer. “A Ezequiel le salían puños de piojos”, recuerda. Por ese tiempo trabajaba de boleadora en el Centro. “Me llevaba a Esmeralda bien chiquita, le amarraba un listón en la cintura para que no se me escapara. Había clientes que le daban de comer o le regalaban juguetes”, platica la abuela. Otras veces los llevaba con ella a su trabajo como empleada doméstica.
Cada día que pasaba era más difícil para Lidia mantenerlos económicamente. No les dedicaba el tiempo necesario por estar trabajando. Los vecinos notaron que los niños no asistían a la escuela, provocando una denuncia y una visita del Consejo Estatal para la Prevención y Atención de la Violencia Intrafamiliar (Cepavi). “Vinieron una trabajadora social y una licenciada; yo de todos modos ya estaba buscando un lugar para ellos. Al principio no los llevé, pero luego accedí”, recuerda la abuela.
De acuerdo con cifras del DIF estatal, 48% de los reportes de algún tipo de violencia son hechos por algún familiar del menor, mientras que 29% lo hacen instituciones y 16% los vecinos.
El Oasis La calle se llama Oasis, en la colonia Miramar. Un sonido aturdidor anuncia la llegada de los visitantes. Adelina abre la puerta café con una ventanilla en el centro. El paisaje se mancha con grafito de todos colores a lo largo de la calle solitaria. “Pásale”, dice Adelina con una gran sonrisa. La sala de espera es un pequeño pasillo con dos bancas cafés de concreto y paredes amarillas; enfrente está el baño y unas puertas del mismo color que las bancas. Una lleva a un cuarto donde se guardan los útiles escolares y la otra con las religiosas.
Lo primero que se ve al sentarse son tres fotografías colgadas en la pared: una del equipo de futbol americano de la casa, otra más grande de un sacerdote ya anciano y otra de una señora con el pelo rubio al lado del Papa Benedicto XVI. Adelina comienza la plática: “A mí me gustan los ‘pelones’ y los pulparindos. ¿Vas a venir a visitarme los domingos? Mis papás nunca vienen a visitarme”, pregunta. Llegó a los doce años de edad en situación de abandono. Hoy tiene 41.
“Cuando sea mi cumpleaños me gustaría que me regalaras un pajarito”, dice emocionada. Después uno se entera que una de las religiosas le comentó que le gustaban las aves y Adelina prometió regalarle una para su cumpleaños. “Yo le dije que no, que me gustaban los pájaros, pero libres, no encerrados como ella está aquí”, platica la hermana Lulú.
Como en la mayoría de las casas hogar, los niños que ingresan pueden estar ahí hasta los 18 años de edad, a excepción de Adelina. Aunque lo ideal es que no permanezcan más de tres años. Los rangos de edad para los aspirantes es de los dos a los nueve años. La población es de 93 niños, divididos de manera equitativa por género.
El Oasis de la Niñez fue fundado en 1980 por Estelita Martínez. “Mami”, como los niños la conocen, se hizo cargo de la institución hasta 2007, año en que la dejó en manos del sacerdote José Díaz López. Poco a poco las cosas fueron cambiando: llegaron las religiosas, los psicólogos, la trabajadora social y se dividió la casa en dos: para niños y niñas.
Son cuatro religiosas las que se encargan del área femenil. “Al principio las niñas, sobre todo las grandes, no nos aceptaban, pero poco a poco nos las fuimos ganando”, recuerda la hermana Mony. Empezaron a trabajar bajo la premisa de “no gritar” y hasta el momento ha funcionado. Todas las cosas eran de todos y eso propiciaba que destruyeran los juguetes o que la ropa se perdiera. “Así que etiquetamos la ropa con el nombre de las niñas y les dimos a cada quien sus juguetes”, explica.
Pero uno de los mayores cambios que se hizo en la institución fue la apertura de puertas a los familiares de los niños. Llevan dos periodos vacacionales que salen a sus casas. Los padres firman una carta donde se comprometen a que los niños lleguen sin ningún rasguño, golpe, moretón o signo de violencia. Los resultados han sido positivos. Los niños aprenden a estar en la calle y tienen la oportunidad de regresar a su primer hogar. “A los niños que no salen los llevamos de vacaciones a alguna casa de campo que nos presten, y nos la pasamos muy bien”, agrega la hermana Mony.
Ezequiel, Isabel y Esmeralda llevan dos años en la Casa Hogar. Su abuela está muy agradecida con los cambios que han tenido los niños. “Antes me mentían o se desaparecían las cosas, pero estas vacaciones fuimos a varias casas y no tomaron nada que yo no los dijera”.
Datos del INEGI demuestran que hasta 2004 el maltrato físico es el más atendido en el DIF Jalisco (29.7%), seguido del maltrato emocional (16.3%) y la omisión de cuidados (9.7%). Mil 700 denuncias fueron recibidas este año.
Los niños de la Casa Hogar juegan, se divierten, estudian y tienen una rutina diaria. Se han vuelto una gran familia, tienen un hogar donde se les brinda un techo, comida y bienestar. Son menores que esperan algún día regresar con sus familias para demostrar que pueden ser felices a pesar de sus experiencias pasadas. Saben que tienen una vida por delante donde el maltrato es una mancha oscura que poco a poco se desvanece.
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